La fluorización a debate (otra vez)
La fluorización de las aguas, considerada por algunas agencias de salud pública como uno de los 10 logros de la salud pública del siglo 20 vuelve a estar en entredicho. Cuando se instauró a mediados de los 50 en Estados Unidos, su implementación se asoción a grandes miedos relacionados con atentados biológicos del los enemigos comunistas.
Ahora los motivos aducidos son los costes asociados, el excesivo control gubernamental sobre las decisiones personales y riesgos potenciales de salud.
El fluor protege frente a la caries, pero a dosis elevadas puede causar debilidad ósea y lesiones dentales. Aunque se recomienda un máximo de 4,0mg por litro, la Enviromental Protection Agency y el Department of Health and Human Services de Estados Unidos recomienda niveles de entre 0,7 y 2,0 para equilibrar los efectos beneficiosos del fluor con los posibles riesgos de su consumo prolongado.
Esta negativa de algunos grupos a una medida de salud pública probadamente eficaz como la fluorización, se suma a otras controversias como la negativa por motivos religiosos o personales a las vacunaciones infantiles, y que han conducido a la reaparición en nuestro medio de algunas enfermedades como las tos ferina.
Parece que los nuevas supersticiones, ligadas muchas veces con posiciones políticas antitéticas (los que se oponen a las multinacionales farmaceuticas tienen un comportamiento parecido al de los que se oponen a un estado excesivamente intervencionista), van a retrotraernos atiempos más oscuros de la medicina preventiva.